CONFERENCIA: O LAGO ESPAÑOL

O amigo e socio d'O Colado do Vento Francisco Ruíz Aldereguía ofreceranos unha conferencia, en lugar por determinar, o vindeiro 30 de Abril sobre o imperio colonial hispano, da que nos brinda un resumo.

El lago español
Francisco Ruíz Aldereguía

Parte de esta historia comenzó cuando el 25 de septiembre de 1513 Vasco Núñez de Balboa divisa un gran mar al otro lado de la costa de Veragua (una parte del actual Istmo de Panamá). Hacía 11 años los indios habían hablado al Almirante Colón, durante su último viaje, de la existencia de un mar tras las altas cordilleras. Nadie hasta entonces había sido capaz de penetrar al interior de lo que llamaban la Tierra Firme, una selva casi inexpugnable llena de peligrosas tribus indias. Núñez de Balboa tomará posesión en nombre del rey de Castilla de aquel ignoto océano llamándolo Mar del Sur. Este descubrimiento, después del de las Indias Occidentales de Colón, será el hito más importante de la conquista del Nuevo Mundo. Se confirmaba que entre las nuevas tierras descubiertas y el lejano Oriente, los ricos reinos de Catay, Cipango, Las Indias, las Islas de las Especias, las Malucas, La Tierra del Preste Juan se abría un océano de dimensiones insospechadas. La cosmovisión de la tierra se presenta en múltiples posibilidades, los cartógrafos comienzan la especulación sobre si el nuevo mar es cerrado o se puede alcanzar el Indico atravesando este insospechado océano ¿Dónde situar ahora las 7.800 islas de las que hablaba Marco Polo en los mares de oriente?

Será Fernando de Magallanes, un portugués nacido cerca de la “Raia” en Tras os Montes, el que al servicio del rey de Castilla, a finales de 1520 descubra un paso al sur del nuevo continente, el estrecho que llevará su nombre, alcanzando el lejano oriente por el Oeste. Magallanes ya había estado navegando por aquellos mares de la India y China con sus compatriotas portugueses, que llegaban por el Este doblando el continente africano, tras atravesar el océano Índico: también era un largo y dificultoso viaje. Así que un día le dijo a su amigo el jefe de la factoría comercial de Tidore en las islas de las Especias: ¡Volveré por la ruta del Oeste aunque tenga que comerme los cueros de las velas! Y lo hizo: se comió los cueros remojados para ablandarlos, junto con el serrín del maderamen y todas las ratas de abordo, llegó tras tres meses de travesía por aquel vacío océano al que llamó Pacifico (tener en cuenta que Colon tardó un mes en atravesar el Atlántico), pues extrañamente no se encontró con ninguna tormenta. Lo tuvo que hacer con el pabellón de Castilla, bajo la autoridad de Carlos I, el único que podía hacerlo según el Papa y el tratado de Tordesillas: hacia el Oeste el rey de Castilla y hacia el Este el rey de Portugal, sólo ellos podrán navegar, comerciar, descubrir y conquistar. Por eso en el otro extremo del mundo, donde no se sabía que mar era de uno y de otro, portugueses y españoles se mataban, incluso cuando la corona de los dos reinos estaba sobre una misma cabeza. Cada uno tenía su espacio y era celoso de no permitir la libre navegación del otro en lo que decían llamar sus mares. Y con ese sentido de propiedad se empezó a explorar, a buscar nuevas tierras, ricos imperios, las supuestas tierras de Austrialia (en honor de los Austria), el paso del Noroeste (que comunicara Atlántico y Pacífico por el Norte), las imaginarias islas Rica de Oro y Rica de Plata, un maremagno entre ansias de oro, de evangelizar, de fama y de aventura; espíritus nobles y villanos muchas veces metidos en el mismo barco con resultados catastróficos. Por otro lado los virreyes y gobernadores responsables de colonizar y buen gestionar los territorios bajo su dominio, no podían dar rienda suelta a cualquier aventura exploradora con un alto coste en recursos, sobre todo humanos. Pues si de algo andaban sobrados era de territorio para ocupar y explotar y escasos de blancos europeos dispuestos a conformarse con ser simples colonos. Pero en casi los 400 años que aquello fue un mar propiedad de los reinos de España, hubo tiempo para que un Legazpi, Urdaneta, Cabrillo, Vizcaino, Mendaña, Quiros, Torres, Juan Fernández, Mourelle de la Rua junto con muchos otros descubrieran islas, archipiélagos, pasos, todo un mundo que abarca desde Alaska hasta la Tierra del Fuego. Aquellos esforzados hombres y mujeres, dejaron constancia en toda una toponimia que aun perdura en muchos casos, reconocible con solo coger un mapa del Pacifico; o nombres ya olvidados por los cambios de los tiempos y la aparición de nuevos dueños. Perdidos en la memoria de la actual toponimia tenemos: Nueva Galicia, Castilla del Oro, islas de la Amistad, nombres de santos y efemérides los hay a cientos y otros muchos nombres cambiados bien por los propios españoles en posterior redescubrimiento de la misma isla, bien por los nuevos dueños europeos, o por la recuperación actual de los nombres nativos originales.

Causa de esta confusión principalmente se debe a que todo lo referente a rutas, posiciones, descubrimientos, era tratado con secreto bajo pena de muerte. Había que evitar que ingleses, holandeses y franceses participaran en tan grande botín ¿Cómo controlar aquel enorme espacio que casi era un tercio de la tierra? Negándoles el aprovisionamiento de los buques y expulsándolos, con fuego y cuchillo, allá donde se encontrara “privaters” o piratas como se les llamaba a los intrusos.

La imposibilidad material de mantener aquel espacio libre de extraños, las presiones internacionales, las necesidades de abrir el comercio fueron permeabilizando las invisibles fronteras del mar y ya en el siglo XVIII España no es capaz de mantener ese sistema cerrado. La exigencia tantas veces hecha por las potencias marítimas: que el rey de España enseñase el “Testamento de Adan”, del que se consideraba el heredero principal habiendo tomado la libre posesión de todo un océano, ha quebrado la voluntad de los tiempos pasados de mantener fuera del área estratégica a los no amigos. La disculpa de las investigaciones científicas, las nuevas exploraciones, el secretismo del reconocimiento de las posesiones españolas y la debilidad de un gigante que su propio tamaño lo ha hecho vulnerable hará que el Pacífico se abra a cualquier nación que tenga capacidad de navegar y comerciar.

La pérdida de las colonias americanas cortará la comunicación por la ruta del oeste, el Galeón de Acapulco o a Nao de Manila e interrumpe después de más de 300 año de servicio. Quedan los últimos reductos de Filipinas, Marianas, Marshall, Carolinas y otros archipiélagos siquiera contabilizados ni en personas ni en localización.

La guerra hispano-americana de 1898 termina definitivamente con todos nuestros lazos del Pacífico. Un nuevo dueño llamado USA se perfila en los albores del XX, las teorías de Mahan sobre la influencia del poder naval en la historia juegan a los dados del tablero de estrategias, poderes, recursos y fuerzas. Unos ocupan el puesto de otros, es ley de vida.

Un triste velo amarillo de memoria perdida, por no decir un sentimiento de vergüenza histórica, de rechazo a lo que fue y ya no puede ser, parece caer sobre nuestra conciencia, hija de leyendas negras o complejos injustificados tanto internos como externos. Se impone en el presente una perspectiva vital tranquilizadora por los yerros pasados y un orgullo por lo bien hecho, que fue mucho. Encontrar un lugar donde no debe separarnos de la búsqueda de un análisis de calidad y claridad en el conocimiento de nuestro pasado es nuestra obligación, porque de acuerdo con nuestra académica Carmen Iglesias: no siempre lo peor es cierto.

Sobre todo esto queremos hablar en la charla del día 30 de abril.

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